SAN JERÓNIMO, TRADUCTOR DE LA SAGRADA ESCRITURA AL LATÍN
El temperamento recio del ser humano muchas veces puede ser, más bien una virtud, gracias a la cual puede desarrollar plenamente el plan de Dios en su vida. Con esa fortaleza y ese empeño sale adelante ante las dificultades y es capaz de perseverar poniendo su granito de arena junto a la Providencia. En este último día de septiembre, hacemos memoria de San Jerónimo, Presbítero y Doctor de la Iglesia, cuya dureza en el carácter le llevó a sacar lo que se proponía para gloria de Dios y bien de su vida.
Nace en Dalmacia en torno al año 340. Roma será la ciudad que le vea estudiar, pero también allí se hará bautizar, abrazando la Fe cristiana, después de estar inmerso en el paganismo. Así vive en una situación de total obediencia a la voluntad de Dios, que le guiará hacia Oriente, donde entrará en la vida monacal, ordenándose sacerdote. La contemplación curtió y le hizo fuerte.
El santoral de hoy, miércoles 30 de septiembre
Él esperaba servir a Dios en el silencio, pero había otro plan sobrenatural en su trayectoria. De pronto se habló de San Jerónimo. Posteriormente, el Papa San Dámaso al que le habían llegado comentarios sobre él, le trajo de regreso a Roma para nombrarle secretario y, dado su conocimiento de las lenguas clásicas, le encomendó una importante tarea: Traducir la Escritura del hebreo al latín, labor que realizó con gran acierto.
Su anterior vida monacal, le impulsa a colaborar en la difusión del monacato en Occidente. Una cosa le quedaba por entonces pendiente: terminar la traducción de la Sagrada Escritura al latín. Así culmina su obra denominada Vulgata. Para ello, se retira a Belén, donde empezará una vida de austeridad y penitencia. Durante este periodo dejará grandes escritos de gran reflexión en torno a la Palabra de Dios, además de otros de gran profundidad científica y teológica. Muere el año 420.
0 comentarios