FESTIVIDAD DE LA VIRGEN DEL PILAR
Poema a la Virgen María, ante la fiesta de la Virgen del Pilar de Zaragoza
Como rosa que expande sus aromas
y perfuma el silencio;
como lirio que enciende sus colores
en medio de los valles;
como abrazo que llena de ternura
la soledad del hombre;
como rumor que afina sus arpegios
para la melodía de los astros;
así Santa María, la Virgen, nuestra Madre.
Porque Ella fué la Rosa de los Vientos
que venía a ser norte de todos los perdidos.
Porque Ella fué la voz de cercanías
que derrumbó las últimas murallas
de nuestros jericós envejecidos.
Y porque Ella fué y es Madre de todos,
empezando por ser la de Dios mismo
para que no quedase duda alguna
de su sin par excelsitud y de que
ni hubo ni habrá mujer que esté a su altura.
Su gracia y su hermosura
con ninguna muchacha es comparable
ni de Israel ni de nación alguna.
Era una criatura irrepetible.
Las estrellas se bañaban felices
en el profundo lago de sus ojos.
La inocencia absoluta
surcaba los espacios de su frente
con el candor de un sabio distraído.
Una clara sonrisa de luna sanjuanera
colgaba de sus labios
y los ángeles, locos de contento,
escoltaban sus mágicos andares
de princesa, al alcance de la mano.
A su paso florecían los versos
de los antiguos vates
mientras la luz, en rosa, acariciaba
la flor de sus mejillas
y una brisa de místicos rubores
nimbaba su figura prodigiosa.
Nunca en Ella un quebranto de la sangre,
nunca en Ella una lágrima perdida,
nunca una discordancia que rompiera
la perfecta armonía de su espíritu
ni una palabra, nunca, que nublara
el mínimo rincón de su conciencia.
Y siempre los tres dones inundando
su ser de criatura extraordinaria:
la gracia ilimitada
de ser Madre de Dios,
la gracia de ser Madre de los hombres
y la gracia de ser
una hija más de Dios, por militante
bajo los estandartes de su Iglesia.
¿Qué podemos decir de quien lo es todo?
¿Qué podemos decir?… Sólo quererla,
disfrutar de su amparo
y morar a su sombra hasta el último instante.
Eso es lo que podemos hacer,
que otra cosa mejor, tampoco cabe.
Solemne Himno a la Virgen del Pilar
La primera consignación escrita que se conoce de la tradición de la aparición de la Virgen a Santiago es un texto latino de finales del siglo XIII. Se encuentra en los folios finales de un códice en pergamino de los Moralia de Job, de San Gregorio Magno, conservado siempre celosamente en el archivo de la iglesia de Santa María, por la vinculación de esta obra al recuerdo del obispo Tajón de Zaragoza, en el siglo VII. Éste, siendo aún presbítero, viajó a Roma en tiempos del rey Chindasvinto con la finalidad exclusiva de traer a España códices de las obras del papa San Gregorio Magno...
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