DESDE MI VENTANA
Como fotógrafo me gustan las murallas, como persona odio los muros. He perdido la cuenta de las veces que me he dejado llevar por la imaginación, dando vueltas con mi cámara mientras merodeaba por la pétrea meseta del Cerro de San Cristóbal. Preguntándome los motivos que llevaron al Rey Jayrán a levantar esa barrera almenada que le iba a proteger de los miedos de su tiempo. Unos temores con seguridad más ciertos que los que impulsan a levantar las murallas del Siglo XXI.
Me gusta la panorámica desde más allá, desde el lado de afuera. Quizás porque yo siempre he tenido una visión de extramuros. Alejarme me permite verlo todo con algo más de perspectiva. Mis mejores fotos de la Muralla de Jayrán son siempre desde el lugar donde solo los dispuestos a explorar lo diferente son capaces de llegar. Para visualizar las murallas que rodean las mentes de mis contemporáneos me cuesta más trabajo tomar distancias. Son más sólidas, pero menos visibles. Parecen levantadas para defender, pero cuando miras de lo que están hechas, las percibes claramente como muros de prisión. Con una argamasa de miedo que va soldando prejuicios, visiones unilaterales, mentiras desvergonzadas, cegueras histéricas, empatías castradas. Y todo rematado por una fina capa de pensamiento único que hace que el feo interior aparezca más agradable a la vista.
Los que pusieron las piedras del tramo de la histórica muralla almeriense tenían claro su rol de siervos. Los lacayos que colocan los ladrillos de las nuevas murallas no siempre son tan conscientes. Trabajan aquí y allá. En este medio de comunicación, en aquella red social. En todo el andamiaje montado para dar forma a la solida pared que nos aísla del pensamiento divergente.
No se conoce el nombre del arquitecto de la Muralla de Jayrán. Los diseñadores de los nuevos muros también procuran ser discretos. Mejor que la furia se dirija a los capataces, cuando los habitantes de intramuros tengan una mínima conciencia de su situación de sitiados. Dado el caso, se cambia al caporal. Incluso les permitirán elegir a los encargados de dirigir la obra en los próximos cuatro años. Pero cuidado con cambiar un ápice del proyecto.
Durante buena parte del siglo pasado, millones de mentes pensamos con Nicolás Guillén que se podía alzar una Muralla colectiva de solidaridad, que se abriese «a la rosa y al clavel» y se cerrase «al sable del coronel». Pero el jubiloso optimismo de la poética muralla que nos invitaba a levantar el trovador cubano se ha derrumbado, al menos temporalmente. Ahora el Muro que nos rodea es aquel que describe Roger Waters en su magistral obra con Pink Floyd. Y con él, me niego a rendirme y te repito el final de uno de sus versos: «¡Oye tu! No me digas que no hay ninguna esperanza, juntos resistiremos, divididos caeremos».
Me gusta la muralla de Jayrán, como me gusta pensar que todos los muros deben pasar a la historia.
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