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Los almerienses ‘catalanes’ viven con inquietud el ‘procés’

La segunda generación, nacida o criada en Cataluña, se muestra favorable al referéndum aunque el voto sea “no”

  

Señeras en balcones en un edificio en Barcelona.   La Voz.

En Cardedeu, un municipio con el mismo número de habitantes que Huércal-Overa, el ayuntamiento ha colocado en la plaza mayor una pantalla gigante con la cuenta atrás para el referéndum. “Yo oigo y callo”, afirma Jairo Torrente, un trabajador social de 30 años, catalán de padres almerienses.

La localidad está gobernada por una coalición entre Esquerra Republicana y la CUP. Allí la semilla independentista germinó hace ya mucho tiempo. Jairo cuenta que en la calle, en los bares, la gente del pueblo se refiere a Cataluña como “su país” y a España como “el país de al lado”. “Por eso yo no opino, prefiero no meterme en líos. Mi entorno no está a favor del referéndum, yo tampoco, pero aquí es algo que está interiorizado. Es como si solo les quedara dar el último paso”. La traca final.

Inmovilismo 
Esa misma sensación, la de que, de alguna manera -o de muchas, según se mire- el movimiento independentista y la propia Generalitat van un paso por delante, la comparte también Alberto García, periodista. Nació en Gerona, donde llegaron sus padres, un matrimonio de Tabernas, hace cuarenta años. Él se declara a favor del proceso. “El gobierno catalán tiene sus problemas, pero está actuando de forma más inteligente que el español. Da la sensación de que tiene la situación más controlada”. ¿Control en qué sentido? “Bueno, es que la causa de todo ha sido la ineptitud de los gobernantes. Aquí se dice que el PP ha sido la mejor fábrica de hacer independentistas. Su inmovilismo y la gestión nefasta que ha hecho han derivado en esto”.

Victimización
Una intransigencia que se retroalimenta por ambas partes y en la que el secesionismo parece haber ganado la batalla entre los más jóvenes. “Cuanta menos edad, más claro tienen que quieren votar. A la gente más mayor, todo lo que está sucediendo les asusta mucho. Mis padres, que ya tienen 80 años, me preguntaban el otro día si les van a echar de Cataluña después de llevar aquí media vida”. Lo explica Bernardo Muñoz, un ilustrador nacido en Almería pero criado en Barcelona desde que era niño.

A él también le gusta la idea de que el próximo 1 de octubre los catalanes voten en referéndum. Otra cosa es el sentido del voto. “Creo que más que un referéndum, lo que hará el gobierno catalán será un test para ver hasta dónde puede llegar y forzar la situación al máximo. Creo que se debería votar y si gana el ‘no’, perfecto”.

La carta de la victimización de la realidad catalana, que tan buenos réditos ha dado al movimiento independentista, ha calado de manera profunda en buena parte de la segunda generación, hijos de emigrantes, almerienses en este caso, pero también murcianos o extremeños que o bien nacieron allí o se han criado en las ciudades del gran cinturón industrial barcelonés. “Yo he vivido 25 años en Rubí y en el barrio la sensación era que todos veníamos de Almería. Mis amigos, casi todos hijos de emigrantes, ven mucho más claro que yo lo de la independencia”, explica.

José Flores, 62 años, policía nacional jubilado y ahora escolta de grandes empresarios, va aún más lejos. “Fíjate que yo creo que los de fuera son más nacionalistas que los de aquí de toda la vida. Quieren demostrar que son más catalanes que nadie”, dice. Y plantea algo que, seguramente, no sea políticamente correcto ni contar ni escribir: sostiene que, en las políticas de inmersión lingüística para inmigrantes que promueve la Generalitat, se apoya más a las familias de origen árabe que a los latinos. “La razón es muy clara: éstos últimos vienen con el español aprendido y los árabes aprenden el catalán desde que son pequeños. Aquí se dice que los marroquíes son los ‘nous catalans’”. Él nació en Barcelona de padres de Turre y ha vivido en Cataluña toda su vida.

Impredecible 
Flores, que mantiene buenos contactos con la Policía Nacional, no se aventura a pronosticar lo que pueda pasar el próximo 1 de octubre. “Es impredecible, hay quien dice que puede haber sangre. Lo que está claro es que si empiezan a incautar urnas, esa noche habrá follón y se liará la de Dios, eso seguro”. Él, por si acaso, ya le ha pedido a todos sus amigos y conocidos que no coloquen banderas españolas en sus balcones “para evitar problemas”.

“Nadie sabe, en realidad, qué puede pasar. El país se juega mucho y no creo que la votación se lleve a efecto. Sobre todo, por las consecuencias que podría tener para la inestabilidad futura de España. Yo fui un niño de la posguerra y sé lo que es el hambre y la miseria”, relata Alfonso Segura, un preparador de tornos automáticos ya jubilado. Segura nació en Vera pero lleva 55 años viviendo en Cataluña. A pesar de todo, no cree que ocurra nada. “No lo creo, no, aunque en los balcones se vean muchas esteladas. El Gobierno tiene que hacer cumplir la Constitución. No se puede tolerar que por culpa de la CUP estemos en esta situación. Hacer el referéndum, en los términos en los que se ha planteado, sería sedición”, plantea.

Luisa Fernández llegó desde Albox a L´Hospitalet de Llobregat con apenas 20 años. Acompañaba a sus padres, que emigraron en la década de los 50 a la próspera Cataluña buscando un futuro mejor para toda la familia. En Barcelona nacieron las dos hijas de Luisa y también sus cuatro nietos. Hoy confiesa que le “aterroriza” la deriva independentista. “Lo del referéndum es un disparate. Esto iría de culo si nos obligan a salirnos de la Unión Europea. No sé, esperemos que sean sensatos y no la líen”, dice.

Ilusiones 
La sensación de que el secesionismo vende humo con los hipotéticos beneficios de la desconexión territorial -principalmente, el control de la Hacienda catalana- la comparten muchos de los entrevistados. “A mí me preocupa lo que pueda pasar con la educación, con la sanidad, con el peaje en las autopistas. A la gente se le están vendiendo unas ilusiones que no son ciertas”, sostiene Ana Morales, administrativa, 54 años. Ella nació en Barcelona de padres turreros. O, como opina Alicia García: “Se habla mucho de independencia y poco de las necesidades de los ciudadanos. Creo que está bien que se exija más nivel de autogobierno y que haya mejoras fiscales, becas. No estoy de acuerdo con el referéndum, pero tampoco me parecen bien algunas políticas que vienen desde Madrid”. Alicia nació en Tabernas hace 57 años. Lleva 43 años viviendo en Cataluña.

Hace tres, otra pareja, Irene Garcés y Pepe de la Rosa, ambos cineastas, dieron el salto a Barcelona desde Almería buscando también nuevas oportunidades laborales. Ven con “lejanía” el proceso independentista e Irene aporta una idea compartida por Bernardo, Jairo o Alberto: que la visión que se tiene de lo que ocurre en Cataluña se magnifica fuera de allí y que la responsabilidad, compartida, la tienen los políticos y los medios de comunicación. “En nuestro entorno no existe la preocupación que se vende fuera”, destaca.

Un viaje inverso al del resto de entrevistados es el que hizo Isabel Alejandro hace ocho años, cuando dejó Barcelona para venirse a vivir a Almería. “Desde que tengo uso de razón recuerdo ese sentimiento catalanista, aunque claramente se ha hecho más notable con la crisis económica y con cómo se han gestionado las cosas. Ahora, y a pesar de lo que venden, yo no veo la ola independentista tan fuerte como hace unos años”, asegura. ¿Cree que habrá referéndum? “No sé, lo veo difícil. Si estuviera allí, tampoco sé lo que haría porque estos métodos no me convencen”. ¿Y cómo cree que se podrían solucionar las cosas? “Con diálogo y sensatez. Hay mucha ignorancia y desconocimiento entre ambas partes”. 

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